La Cantante Calva es una maquinaria perfecta. El director Luis Luque coge la versión del clásico de Ionesco hecha por Natalia Menéndez y trae de vuelta este clásico del teatro del absurdo. Ya en su época Ionesco reflejó la incomunicación que imperaba en la sociedad, la manera en la que las personas se relacionan careciendo totalmente de escucha. Ionesco nos habla de soledad, de robots que no se paran a ver lo que sucede en su entorno más cercano. Luque, viendo que la situación no ha cambiado mucho lo trae a nuestra época, donde la el texto del maestro rumano sigue teniendo eco. Esto podría ser un drama a lo Sófocles, pero Ionesco y Luque nos hablan en clave de comedia, y todo el mundo sabe que toda gran comedia es una gran tragedia.
Dirigir una comedia es más que difícil, Luque se defiende magistralmente como lo ha hecho siempre. Crea un ritmo perfecto que hace que no pares de reír. Los actores Adriana Ozores, Fernando Tejero, Joaquín Climent, Carmen Ruiz, Javier Pereira y Helena Lanza están más que a otro nivel. El nivel de comicidad y de diversión es brutal. Yo no podía parar de reírme (incluso la señora de atrás comentó: «qué bien se lo pasa el mozo»), y es que tanto el texto como las situaciones como el trabajo de los actores es buenísimo.
Monica Boromello se vuelve a salir con una escenografía totalmente adecuada, con ese ambiente inglés rancio como de la familia de Mary Poppins. El detalle del reloj es buenísimo. Luis Miguel Cobo, por su parte, da a la obra el acompañamiento musical necesario que lleva a que la comedia sea aún más divertida y trepidante.
No hay nada mejor que una buena comedia surrealista llevada al extremo.