Mi sensación al terminar de ver esta Paella es confusa. Todavía no tengo muy claro lo que he visto, si había un verdadero hilo conductor para la ¿historia? que nos cuentan en el escenario, o si todo es una mera excusa para divertimento de los actores que nos llevan en un frenético viaje hacia la locura y el absurdo.
Por momentos parece un alegato feminista a base de ridiculizar al hombre, prototipo de cuñado pusilánime, blandengue y llorón, que pierde cada batalla dialéctica con la mujer fuerte, decidida y segura de sí misma.
A ratos se convierte en un programa de Canal Cocina en el que nos enseñan una particular manera de ejecutar un arroz con verduras, inundando la sala de olores y vapor.
En otras etapas, todo muta en musical discotequero, con danzas sacadas del libro de los pasos prohibidos del after de turno.
En conjunto es una amalgama de diálogos y situaciones tan absurdas y ridículas, que hasta nos llevarán a la vergüenza ajena en algunas fases de la obra. ¿Y esto es algo malo? En absoluto. Logra entretener, divertir y activar nuestros jugos gástricos a partes iguales. Casi ná.
Te encantará si disfrutas de momentos surrealistas y no eres un fundamentalista de los ingredientes que debería llevar una paella.