En nuestro país, un 51,8% de hombres de entre 16 y 24 años siente que la promoción por la igualdad está llegando tan lejos que se les discrimina a ellos, según revela una encuesta del CIS. También un 81,2% de mujeres dice que “no lograrán la igualdad a menos que los hombres también luchen”. Justo unos días después, Henar Álvarez en el programa Lo de Évole, expresa lo siguiente: “El feminismo no va a hacer a los hombres una vida mejor. Es mentira. Pero da igual, porque no trata de eso”. Entonces, ¿dónde nos coloca todo esto? ¿Hay una respuesta correcta? ¿Puede haber acaso varias respuestas?
Una de ellas parece ser eso de la masculinidad deconstruida que podemos ver en el audiovisual, con ejemplos recientes como El rey de la semana (cortometraje de David Pérez Sañudo) o la serie Machos alfa, que incluso se extenderá hasta una tercera temporada. El gran tema también aflora en los escenarios. En concreto, nos fijamos en tres protagonistas con los que hemos charlado en TeatroMadrid, indiscutiblemente sensibles, aceptando sus heridas y debilidades y abriéndose a la posibilidad de cambio de perspectiva y reconocimiento.
Egoitz Sánchez fue un niño en la Euskadi de los 90, cuando se veía mucho la tele y se escuchaban poco palabras como acoso o hipersexualización. Ahora estrena en la sala exlímite Cola de pez, una libérrima revisión de La Sirenita de Hans Christian Andersen. Sobre el deseo de hacer esta pieza, nos cuenta que “nace cuando Javier Lara y yo vemos un vídeo mío de pequeño en el que aparezco travestido y haciendo muecas sexuales a cámara. A partir de ahí, empezamos a pensar, a escribir, a recopilar material autobiográfico y a leer acerca de la hipersexualización infantil, de diversas teorías queer… hasta darle forma a este dispositivo de autoficción”.
Por otro lado, Pablo Huetos tiene referentes ochenteros como Regreso al futuro, E.T., Julio Iglesias Marty McFly, El Fary o Patrick Swayze y se mete en la piel de Esteban en la Sala Cuarta Pared con Homo ausente (Cosas que un hombre nunca haría). Se trata de un espejo del panorama contradictorio que vivimos, ya que esta obra nace “de la necesidad, que creo que tenemos todos en la sociedad, de explorar dónde está el hombre, a dónde está yendo, de dónde viene en esta evolución o revolución feminista que creo es tan necesaria. De pronto, el hombre se encuentra en un momento crítico que va haciendo las cosas por detrás de la situación y está estresado, descolocado, no sabe quién es ni quién debe ser”.
Y lo de Rubén de Eguía viene de más lejos aún y es un regreso triunfal, ya que agotó entradas en su acogida en Madrid y su interpretación en la obra En mitad de tanto fuego es un chisporroteo que ha corrido rápido entre el público teatrero más ferviente. Repite en la capital, ahora en el Teatro del Barrio, recreando una batalla famosísima que aparece en La Ilíada y su relación amorosa con un héroe de guerra llamado Aquiles, desde el suyo, Patroclo. Sobre todo ello, comenta que destaca “un aprendizaje de amar en presente y también de poner el deseo en un lugar de primer grado. Con esta obra, me estoy gamberrizando o liberalizando, tomando conciencia del deseo, que no me atrevería a decir que está por delante del amor, pero siento que hemos crecido pensando que el amor está por encima de todo y me doy cuenta de que el deseo es importante. No uno únicamente sexual o puntual de fantasía, sino un anhelo o una necesidad, que a la vez está ligado al amor, y que ambos están en el cuerpo, sin fronteras”.
3 actores en diferentes escenarios con personajes que no se dan por vencidos y con algunas que otras guerras que seguir batallando, desde propias hasta sociales. Sus diálogos internos y colectivos compartidos para que quizás sus mensajes calen más allá de los patios de butacas y artículos como este se den por extinguidos, junto a señoros y machirulos que nos siguen impidiendo compartirnos en igualdad y diversidad.
¿Cuál es tu guerra interna o social (si las hay) que te relaciona con esta obra? En definitiva, ¿contra qué luchas y cómo te defiendes?
Egoitz Sánchez: No hay guerra interna, lo que hay es un anhelo, un deseo de plantear y nombrar las cosas de otra manera. La pieza viaja a lugares oscuros y dolorosos de la vida del protagonista, pero tiene voluntad conciliadora, quiere entender, reparar… Plantea un espacio lúdico de reparación del pasado, una oportunidad para el adulto de volver a jugar, de volver a mirarse. Hemos querido huir siempre del lenguaje bélico, para construir narrativas integradoras.
Pablo Huetos: Esteban lucha contra sí mismo, contra los modelos obsoletos que tiene dentro, aunque él no quiera. También es una lucha contra los límites que también estamos poniendo a una situación. Seguimos siendo unos privilegiados en nuestra sociedad occidental y no terminamos de soltar esos privilegios. Los que somos más progresistas hablamos de igualdad, pero ni siquiera estamos haciendo realidad ese soltar. Ese paso aún no se ha dado y Esteban tiene que luchar contra ese convencimiento de que él es el privilegiado, de que debe serlo y de que tiene decidir dentro de la pareja. Entonces, aun siendo una persona que está intentando ser consciente y hacer las cosas bien, se descubre que hay una superestructura subconsciente que le sigue penalizando y haciendo que se comporte como un señoro en lo más profundo de su ser.
Rubén de Eguía: Una guerra interna muy canalla contra los oscurecidos, los rechazados, los raros, los que sienten que no encajan, pero no desde el victimismo sino desde el agarrar las riendas, ponerse un poco canalla y pelear. Y esa parte me parece hermosa. Otra lucha es la del disfrutar, vivir, amar y desear ahora, en presente, porque cualquier día dejamos de estar y lo que nos llevamos es la experiencia de amar a otras personas. Y una conciencia de disfrutar amando, de mí hacia ti, aunque no haya una correspondencia, de disfrutar del cuerpo que ama.
Con la pieza más asentada y a punto de estrenarla en Madrid, ¿qué te gustaría decirle con la voz que tienes ahora al personaje que vemos en escena?
Egoitz Sánchez: Que hacer esta obra me permite estar un poquito más cerca de él y de mi/su/nuestra cola de pez.
Pablo Huetos: Me gustaría decirle que el camino que ha emprendido es estupendo, pero que le falta mucho por recorrer, que la igualdad requiere una pérdida de privilegios, de un compromiso en la madurez, tanto individual como de la sociedad, hacia un lugar que sabemos es el correcto, pero que cuesta mucho porque los hombres hemos vivido mucho mejor que las mujeres durante mucho tiempo y lo seguimos haciendo. Hay que tomar un paso decidido para tener una sociedad mejor. Así que le diría “sigue y, del final de la función en adelante, compórtate como alguien digno de ser admirado, de hacer las cosas mejor y de enfrentar las cosas desde la igualdad con tu pareja o con quien sea”.
¿Cuál es la deconstrucción más fuerte que encuentras en la pieza, aquella certeza máxima que se logra agrietar, aunque sea un poco?
Egoitz Sánchez: Precisamente el espectáculo nos invita a cuestionar todas las certezas, todas las etiquetas y a repensarnos, reterritorializarnos como cuerpos deseantes. Como decía Paul. B. Preciado: “La primera metamorfosis revolucionaria es la poesía, la posibilidad de cambiar el nombre de las cosas”. En Cola de pez, el personaje del aita dice que las guerras deberían bailarnos a todxs, guerras del baile que nos bailen, que nos bailen las guerras, los conceptos, las palabras…
Pablo Huetos: Que todos los hombres llevamos un machista dentro, más pequeño, más grande… sigue habiendo muchas cosas muy machistas que hacemos a diario a distinta escala. Creo que lo que podemos agrietar es esa autoconciencia de todos los hombres y las mujeres que les soportan. Tenemos que hacer una autoconciencia.
Rubén de Eguía: Hay varias. Está la deconstrucción de Patroclo, quien exige a Aquiles que se revindique, que cuente su historia, que no se esconda en lo que se espera de él, en la gloria y en los éxitos que se le piden. Y esto nos apela mucho hoy en día. Y lo importante es conocerte a ti porque, a veces, vamos haciendo por conseguir algo que creemos es lo valioso, por lo que nos querrán, nos admirarán o nos recordarán y ahí hay una idea muy canalla de disidencia. De manera simplificada sería el siguiente mensaje: deja toda esa gloria, esas ganas de ser inmortal que tenemos con la ambición, y busquemos la felicidad, el éxito, en una vida más tranquila, lejos de este anhelo, de este vector de fuerza que nos empuja imparables. Y otra deconstrucción sería la de la idea de la guerra, que la tenemos como lejos, como algo que no nos tocará a nosotros, aunque está a la puerta de Europa y escondida en diferentes estadios, porque también son los mecanismos previos a la guerra, como en la de Troya; el hecho de que nos creamos palabras como honor, patria, gloria y las usemos y las normalicemos. Aquí hay una visión muy de tener cuidado con esto.
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