Xavier Albertí dice en el programa de mano que esta obra es un homenaje al teatro y al oficio del actor. Y es cierto que al comienzo, con aquel escenario desnudo, aquel único intérprete iluminado y un texto inquietante y misterioso, es fácil transportarse a la liturgia de un ritual dramático o a aquellas antiguas historias a la luz de la lumbre, que no dejaban de ser una forma primitiva de teatro. Albertí es consciente de la importancia del texto, de su capacidad hipnótica, y es por eso que utiliza algunas de las armas que ya le hemos visto en otros montajes: la inmovilidad escénica o la simplicidad formal. El cuerpo más bonito que se habrá encontrado nunca en este […]
Carles Armengol Gili
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