Cielos

Insoportable. Por alguna razón absurda un criptógrafo de un grupo antiterrorista no les transmite a sus compañeros una información vital sino que les pone trabas infinitas para descifrar lo que ha deducido en sus investigaciones, y después se suicida. Es un artificio del autor para crear interés y tensión, pero es profundamente ridículo. Por alguna razón absurda una mujer que ha asesinado a sus tres hijas está también en el grupo antiterrorista, precisamente se llama «Dolorosa». Casualmente el hijo de uno de los estudiosos muere en uno de los atentados que no consiguen frenar fundamentalmente porque han perdido el tiempo descifrando el mensaje del criptógrafo… Al final resulta que a su vez el hijo del criptógrafo es un líder terrorista… y por lo visto le pidió a su padre que se suicidara antes de que él se inmolara… Un guion ridículo hasta la exasperación, unos monólogos larguísimos basados en subjetividades sin interés, unos supuestos indicios cogidos con alfileres y profundamente artificiales… Es la peor obra de teatro que he tenido que soportar en mi vida, dejándome con un pésimo cabreo por haber tenido que soportar semejante bodrio.

EL ARTE BOOMER PARA DESTRUIR CON SOFLAMAS A LA JUVENTUD

Wajdi Mouawad es uno de los creadores más respetados a nivel mundial en lo que llevamos de siglo. Cielos, escrita hace 14 años, demuestra un manejo de los mecanismos dramatúrgicos en su intento por apelar a una juventud en un contexto donde el terrorismo estaba en la agenda de todo el mundo. Pero hoy en día, cuando ya hemos superado eso, personalmente lo percibo como una lección condescendiente hacia los jóvenes y a los padres. La herencia familiar, todo un tema mítico que atraviesa la obra del autor líbano-canadiense.

Un grupo de investigación antiterrorista intenta encontrar el sentido de unos mensajes venidos de distintas partes del mundo, en distintos idiomas y hechos por jóvenes de entre 25 y 35 años, con el objetivo de cometer un atentado terrorista. La llegada de un nuevo miembro al equipo, Clément Szymanowski interpretado por Pedro Rubio, pone en marcha la historia. Viene a sustituir a Valéry Masson, un experto en lenguaje cifrado del grupo, que se ha suicidado sin una explicación aparente. El grupo se compone de Doloresa Haché (Marta Belmonte), una experta en lenguas que esconde pasado como de Medea; Vincent Chef Chef (Álvaro Monje), un informático que está dispuesto a hacer cualquier cosa para alcanzar sus objetivos desde su frío razonamiento; Charlie Eliot Johns (Javier Tolosa, un experto en tecnología que tiene una relación complicada con su hijo Victor (Rodrigo Simón); y Blaise Centier (Jorge Kent), el jefe de la operación, quien también arrastra problemas económicos y familiares.

La trama se desarrolla por un lado en descubrir lo que pasó al mismo tiempo que se trabaja en contrarreloj para desarticular ese grupo de jóvenes. El poder de las palabras, la poesía y el concepto de belleza son las claves para unir ambas líneas argumentales, para desentrañar el misterio de una herencia familiar maldita de una generación que todavía sufre por las guerras provocadas por los padres. Se trata de un thriller que mantiene el misterio y la intriga hasta prácticamente el final. Sin embargo, estando yo en ese espectro de la población a la que Mouawad centra la problemática, me hace preguntarme por la visión que tiene el autor de nuestra generación. Creo que nosotres tenemos más que decir al respecto que nadie, por muy reconocido que sea el dramaturgo.

Peris-Mencheta encierra al reparto en una estructura velada diseñada, por Alessio Meloni, que a su vez sirve para hacer las proyecciones. Parece una metáfora de que ellos están encerrados en pantallas y que no pueden ver lo que tienen delante de sus ojos. Sin embargo la estructura velada personalmente me impidió conectar con lo que estaba pasando y ver con detalle el trabajo interpretativo Su apuesta personal es bastante cinematográfica, en el sentido de ampliar los detalles con el sonido, escuchando como cae agua del dispensador o como suena alguien que se da toques en la cabeza. También es inquietante la banda sonora de Enrique Mingo, que me ha parecido más eso que un espacio sonoro. Había una voz distorsionada de un miembro de ese grupo de jóvenes que se hacía difícil entender lo que decía y se perdía la poesía de sus palabras incendiarias. La iluminación de David Picazo genera esa atmósfera tenebrosa y lúgubre que rodea a los personajes.

Se nota que está montado de manera que salgan de gira con ello para adaptarse a otros espacios, la compañía Barco Pirata se lo puede permitir. Se ve que la influencia de la industria de Hollywood ha marcado su propuesta, cuando ideológicamente se coloca en el lado opuesto. Por momentos sentía que estaba viendo un spin off de El Código DaVinci, Me hace preguntarme a quién está dirigido este montaje, si tiene el objetivo de remover conciencias, para entretener con el ejercicio de resolver el rompecabezas o si es un ejercicio de hacer caja para la siguiente producción de gran formato.

Antes de que empezara la función en la Sala Juan de la Cruz, mucha gente de las primeras filas era desplazada a otras más atrás por cuestiones de visibilidad. El propio director aconsejaba a sus colegas que no se sentaran muy adelante porque “desde ahí no se ve muy allá”. Este desplazamiento provocó retrasos en la función y algún que otro reproche al personal de sala. No es un espectáculo para ver de cerca, te daría dolor de cuello. La gente sale como confundida, no ha sentido la emoción que puede apelar la propuesta hacia el final. No saben si les ha gustado o no, pero se quedan intrigados por el desarrollo de la historia. Lo viví de manera tediosa al principio, viéndolo con la distancia pero poco a poco me enganchaba a la intriga de la historia y al desarrollo de los acontecimientos, pero desde lo intelectual, sin llegar a la emoción implícita en la poesía de Mouawad.