Encuentros breves con hombres repulsivos

Daniel Veronese propone una escenografía blanca impoluta, minimalista y simbolista. Un ciclorama, un linóleo, dos sillas y una mesa. Todo blanco. Y otra mesita con vasos y jarras de cristal; y con tazas y un termo, esto negro. Solo hay dos actores en escena, que se quitan las chanclas al pisar el linóleo y quedan descalzos. Visten vaqueros y camiseta básica negra. Sobre la mesa, un timbre y el texto, el libreto que los actores dicen. Veronese no necesita nada más para traer a escena el repulsivo universo que propone David Foster Wallace.

Porque sí, en ese espacio impoluto, dos actores (Jorge Bosch y Gustavo Salmerón) dialogan y, sin más cambios que el sonido de ese timbre, un sutil juego de luces y un nuevo nombre en la proyección, ellos juegan. Juegan a ser mujeres u hombres en cada  una de las ocho escenas que componen el espectáculo. Solo eso. No importa su edad. No importa dónde están. Lo que importa es lo que se dicen. O, mejor, lo que ellos dicen. Ellos. Sobre todo, ellos cuando hacen de hombres.

En un contexto tan descontextualizado, el público asiste a violencias machistas y a violencias psicológicas que ejercen los hombres, casi sin darse cuenta de que están siendo machistas, violentos y tremendamente repulsivos. Es todo sutil. No hay (casi) gritos. No hay (casi) amenazas. Y no hace falta. El trabajo de los actores es tremendamente preciso. Y lo que provocan, tremendamente repulsivo.

Ver situaciones tan desagradables contadas con tanta sutileza, bajo tanta luz y con tan pocos elementos consigue que nos demos cuenta de cómo el machismo está ahí. En todas partes. Se cuela de manera sibilina en nosotros y es difícil darnos cuenta de lo que sufrimos (o ejercemos). Solo cuando lo que se dice es realmente repulsivo, el espectador consigue retorcerse. Y reírse con un humor ácido, desagradable. Divertidísimo.

Encuentros breves con hombres repulsivos es un espectáculo inteligente. No necesita nada para contarlo todo. Con pocos elementos, pero, eso sí, mucho talento, desborda inteligencia, ironía y mucha violencia.

Daniel Veronese siempre es sorprendente e interesante. Mirando lo que lo rodea, plasma con una fina ironía, no exenta de dolor y crispación, una realidad que, por desgracia, está demasiado presente entre nosotros: la violencia machista.

Alza su voz retratando diferentes modelos de maltratador y en situaciones muy diversas -como ocurre en la realidad- en las que destapa la verdadera personalidad de cada uno de los desgraciados tipos que ejercen casi impunemente esa violencia contra las mujeres.

A lo largo de ocho situaciones diferentes que va nominando (Paternal, El anzuelo, Gallinas, La partida, El amante perfecto, Radical, Usted necesita cerrar el negocio, Mujer y hombre) denuncia ese trato degradante, sin paliativos.

Solo dos actores encarnan los diferentes roles, alternando su papel de hombre o mujer, que juegan con el tono aparentemente amable y cordial para intensificar, por antítesis, la verdadera intención.

Nada distrae en la percepción de los diálogos que, en un escenario desprovisto de todo lo que pueda ser superfluo, van intensificándose hasta llegar a un final sorprendente.