El lector por horas

Cualquier obra de carácter cultural da lugar a muchas interpretaciones, tantas como personas la disfruten, seguramente. Diría más, incluso afecta a nuestro estado de ánimo.

La historia de El lector por horas nos cuenta cómo un padre contrata exactamente eso, un lector por horas para su hija, que se ha quedado ciega. Y algo que parece tan sencillo, se convierte en una historia compleja, que analiza precisamente la imposibilidad de enfrentarnos a cualquier obra literaria de forma  objetiva. Su lectura nos puede llevar a debates inagotables, pero también es importante saber escoger el momento en el que decidimos leer cierta obra y no otra.

Las obras elegidas para la lectura en esta obra son muy reconocibles, clásicos de la literatura universal de autores como Conrad o Rulfo, y van marcando la evolución de los personajes a lo largo de la casi dos horas que dura el espectáculo. José Sanchís Sinisterra no solo ha creado una obra maravillosa, llena de filosofía alrededor del poder de la literatura, si no que además marca los ritmos con gran acierto.

Cabe destacar también una escenografía sencilla donde brilla (si se me permite el juego de palabras) la iluminación por encima de todo, y unos actores magníficos, impecables en sus papeles.

El Lector por horas es uno de los textos más relevantes de la obra de José Sanchis Sinisterra, Premio Nacional de Literatura y fundador de la Sala Beckett de Barcelona. Y esta obras es una coproducción de la Sala Beckett, el Teatro de la Abadía de Madrid y el Instituto Valenciano de Cultura.

A Carlos Alfaro le encargan la dirección de la obra estrella de José Sanchis en la que demuestra toda su experiencia teatral como director, escenógrafo y diseñador de iluminación. Con todos estos elementos ha podido dar a toda la pieza el aire inquietante, enigmático y misterioso que el texto exige.

El planteamiento es sencillo. Un empresario contrata a un lector para que lea textos de la literatura clásica a su hija invidente desde hace 7 años por un accidente. El padre es un hombre que quiere hacer creer que es culto porque tiene asesores y dispone de una biblioteca bastante surtida de la que extraerá autores clásicos para leer a Lorena. Tres personajes y varias capas de significados dentro de este teatro translúcido que tan bien describe Sanchis. La distancia entre los actores y el público no puede ser un cristal transparente ni tampoco opaco pero sí debe existir cierta translucidez que nos recuerde que no es realidad.

Los tres personajes van creando un entramado de relaciones que poco a poco se van complicando y confundiendo con los protagonistas de las lecturas. El miedo es el denominador común de los tres personajes, el miedo al fracaso, al descubrimiento de un engaño, a la pérdida, a la muerte. La trama que se desarrolla es fascinante y está muy bien apoyada por la utilización de recursos estilísticos, del lenguaje irónico, críptico, burlesco. Mentiras y secretos se desvelan poco a poco y hace más humanos a los personajes una vez desenmascarados. La humillación se convierte en poder (guiño al Sirviente de Losey). Es un tour de force para los actores y el público porque no hay ningún tipo de concesión.

Todos estos calificativos se refuerzan con la espléndida interpretación de tres grandes figuras del teatro: Pep Cruz (el padre) Pere Ponce (el lector) y Mar Ulldemolins (la hija). Entre ellos se despliega una química que arrastra al público a lo largo de toda la obra. No os la perdáis.

El lector por horas es uno de los textos más brillantes de la producción dramática de José Sanchis Sinisterra. Un texto escrito en el año 1996 y que a día de hoy nos sigue interpelando y estremeciendo. Una obra ganadora del Premio Max a Mejor Autor Teatral en el año 2000. Estamos ante un texto mayúsculo desde el punto de vista literario y que, por tanto, presenta una complejidad y densidad que pueden no ser del gusto de todos los espectadores. Ante todo, no nos llevemos a engaño: el teatro de Sanchis Sinisterra es un teatro exigente, que demanda del espectador una participación activa y constante de todo lo que sucede en la escena, y de mucho más que se infiere a partir de ella.

El argumento de la obra es en apariencia muy sencillo, pero encierra dentro su verdadero sentido: el poder ilimitado de la lectura y de la literatura en la vida del hombre y el papel determinante que los juegos de poder tienen en nuestra vida profesional y personal. A partir de estas dos premisas, asistimos a la interacción de tres personajes muy distintos cuya interacción cambiará radicalmente su comportamiento.

El montaje está estructurado en diferentes escenas que plantean al público situaciones concretas y que este, a lo largo del transcurso de la obra, debe ir enlazando todas y cada una de esas escenas fragmentarias para descubrir, y entender, el viaje completo de Lorena, Ismael y Celso. La belleza literaria y el buen manejo del recurso metateatral de la intertextualidad convierten el texto es una pieza inteligente, bella y con un alto componente poético.

La puesta en escena es sencilla con un empleo de la iluminación muy acertado, que ayuda a contraponer la dualidad de las tinieblas y la luz muy presentes en todo el espectáculo. Junto con el texto, lo más brillante del montaje son los intérpretes. Una obra donde la palabra brilla necesita de unos actores que hagan nacer la palabra, los silencios y la gestualidad de lo no dicho de una forma muy solvente. Destacar el trabajo de Mar Ulldemolins en su papel de Lorena, cuyas miradas y movimientos son muy certeros, teniendo en cuenta la gran dificultad de dar vida a una persona ciega. Su mirada nunca se queda perdida o fija, está siempre en movimiento, a pesar de que solo pueda apreciar desde su visión las tinieblas. Un trabajo formidable. Y no menos importante es el gran trabajo de Pere Ponce, un actor siempre brillante en el empleo de la palabra, en su dicción, en sus movimientos que entrega una interpretación sobresaliente. Merece un reconocimiento especial el trabajo impecable realizado por el catalán para diferenciar entre su actuación y el acto de la lectura. Representar el mero hecho de leer, simplemente leer, y hacerlo además, como marca la historia, sin transmitir absolutamente nada; tan solo una lectura objetiva y transparente. Magnífico.

El lector por horas es un espectáculo complejo y bello que, sin duda, deleitará a los grandes amantes de la literatura y del gran teatro de texto.

 

Un libro puede hacernos viajar, soñar, volar y puede convertirnos en admirables amantes o míticos héroes. Pero también tiene poder para hacernos llorar, sufrir, desgarrarnos transformándonos en personajes malvados y hasta asesinos. Nuestra vida puede devenir en un infierno jalonado de decisiones erróneas… O, naturalmente, todo lo contrario. Porque la literatura no es neutral, como se encargan de dejar patente los personajes de “El lector por horas”.

Este inteligentísimo texto de Sanchis Sinisterra sobre el poder de la literatura nos aboca irremediablemente a la conclusión de que la lectura transparente, inocente, aséptica, no existe. La voz del lector, -magnífica-, y los textos literarios elegidos en esta obra teatral, algunos muy reconocibles, como los de Flaubert o Rulfo, nos conducen casi sin querer a donde no pensábamos llegar, ni los personajes, ni el público:

A un pasado duro, vergonzante en el que estuvieron implicados los tres personajes de la obra.

A unas relaciones extrañas, tóxicas entre todos ellos.

A una interpretación de lo que se lee que nos interpela y nos hace reflexionar, sustrayéndonos de nuestro ocupado día a día.

A una huida hacia mundos y vidas imposibles, mucho mejores que la anodina realidad.

El lector por horas es una obra de teatro muy sólidamente escrita por Sinisterra y dirigida por Carles Alfaro, con una puesta en escena muy sencilla, en la que se impone la iluminación que marca siempre el tempo del relato y con una interpretación excelente de los actores encargados de dar vida a los tres personajes de la obra: Un padre rico, Celso (Pep Cruz), su hija ciega, Lorena (Mar Ulldemolins) y el lector, Ismael (Pere Ponce). Destacaría el trabajo de este último: soberbia actuación; nula sobreactuación.